diumenge, 1 d’agost del 2021

LA FALSA SOLIDARIDAD


Las personas que tenemos una discapacidad, cualquiera que ésta sea, no queremos ni la compasión, ni la condescendencia ni la ayuda caritativa y puntual de nadie. Y esto no es ni por un orgullo desmedido ni por un desprecio a la buena voluntad y a la generosidad de la gente. Es más, este comportamiento altruista y solidario siempre lo agradecemos con creces.
Sólo queremos ser ciudadanos como los demás; que nadie nos eche una mano a saltar obstáculos y barreras; lo que pretendemos es que éstos no existan y que las leyes sobre accesibilidad se cumplan en la medida que se promulgan.
A lo que aspiramos es a ser autónomos e independientes el mayor tiempo posible y que nuestros impuestos ( con los que cumplimos como cualquier ciudadano), sirvan también para que nuestra vida sea lo más cómoda y fructífera posible.
Sin embargo, esto que parece tan obvio y aceptable y que dice mucho de nuestra fuerza y capacidad de lucha, es frecuentemente arrojado al cajón del olvido, al de las cosas que pueden esperar o al de los asuntos para los que no hay recursos por parte de las diferentes administraciones e instituciones de esta España nuestra. Por no hablar de los recortes inmisericordes que se acaban de hacer sobre prestaciones y ayudas en aparatos ortopédicos que facilitan nuestra vida cotidiana: sillas de ruedas, ortesis, prótesis, etc.
La mayoría de nosotros , si quiere seguir teniendo una vida autónoma digna e independiente, debe costearse todo este aparataje de su propio bolsillo y estos elementos no son en absoluto baratos, porque como todo lo que se consume en esta parte del mundo, de su fabricación se aprovechan sobremanera todos los productores de los materiales necesarios y sus respectivos intermediarios. En este aspecto, la discapacidad genera mucho dinero.
El problema está en aquellas personas que no tienen los recursos económicos suficientes para acceder a los nuevos avances en Ortopedia. En este caso, la mayoría de ellas se tienen que conformar con quedarse encerradas en casa o seguir dependiendo de alguien que los pueda sacar a la calle en una silla de ruedas antediluviana.
Y lo mismo podríamos decir de aquellas otras que viven encerradas en sus hogares porque su bloque carece de ascensor y sus vecinos no pueden o no quieren invertir su dinero en la colocación de uno ya que todos ellos son gente sana, fuerte y con un magnífico físico que no les impide subir escaleras. Tampoco en esto las instituciones ayudan demasiado. Las subvenciones son pocas, muchas menos desde que llegó la maldita crisis; llegan tarde y mal y siempre son los propietarios los que tienen que adelantar el montante de la obra y esperar luego a que la administración abone dicha cantidad.
Esta es la falsa solidaridad a la que me refiero; la que se pregona de cara a la galería; la que tiene como objetivo primordial destacar la labor de los organizadores y no la de la gente necesitada; a la que recurren nuestros dirigentes en sus mítines electorales para luego olvidarse en el mismo instante en que se bajan de la tribuna.
Que nadie vea en mis reflexiones ningún atisbo de rencor o amargura. Yo, que fui tocada por la polio el mismo año en que el doctor Salt descubrió la vacuna, he sido y soy una privilegiada. Cuando aún nadie hablaba de la cacareada y mal entendida integración; cuando ni siquiera se la esperaba, yo fui una niña igual que las demás allá en la escuela pública de mi pueblo, con mis amigas de entonces, con las de después, en mis estudios posteriores y en cada uno de los lugares que formaron parte de mi niñez y juventud. Así pues, jamás fui marginada ni ninguneada. Nunca se me relegó a un segundo plano en ninguna de las actividades que emprendí y siempre se me valoró en función de mis capacidades intelectuales y personales.
Y esto viviendo durante buena parte de mi existencia en una cruel y opresiva dictadura. Alguno pensará que todo esto fue fruto de mi posición económica y social. Nada más lejos de la realidad. Mis orígenes son humildísimos y en casa, en muchas ocasiones se carecía de lo más elemental y básico. Lo que sí tuve siempre fue un amor infinito a mi alrededor y una claridad de ideas sobre mi futuro por parte de mis padres que se pusieron a labrarlo con infinito esfuerzo.
Por todo ello constato ahora está realidad que me duele tanto. Porque se supone que en pleno siglo XXI no deberíamos estar retrocediendo de esta manera en justicia y recursos sociales.
María José Ramos Mesa
Miguel Hidalgo Herrerias, Agusti Codina Nesplé y 12 personas más
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